sábado, 6 de octubre de 2012

Crónica de una inflexión

I
Corría el final del mes de mayo. La luz primaveral de Madrid y el calor de las tres de la tarde adornaban la espera.
En las cercanías de Argüelles, no lejos de los cuarteles del Ejército del Aire (quizá una premonición) se reunieron solo tres socios.
La comida no tuvo nada de particular, pero no estaban allí para regalarse el gusto.
En seguida, dos de los protagonistas de la reunión hacen saber al tercero su disconformidad con el sesgo "populista" que estaban tomando las últimas decisiones en la Sociedad. El último Encuentro había sido una buena muestra de ello. Según los "preocupados" socios, la pérdida del rigor, la falta de altura en los debates, era consecuencia de una desacertada política democrática de toma de decisiones. Tanto en los temas propuestos como en las lecturas se había errado el camino. Se estaba perdiendo el interés por los Encuentros, para los que tenían auténtico espíritu filosófico (según ellos) y ya no se esperaba de Sofigma mucho más que el disfrute del "aperitivo" (la adulación no engañó al nada sorprendido tercer protagonista).
El próximo Encuentro sería el comienzo del final si no se tomaba alguna determinación. Las propuestas de textos para tratar el tema de la naturaleza humana, pero especialmente cómo se había llegado al acuerdo, no era del gusto de aquellos que creían representar el verdadero espíritu fundacional de la Sociedad. Esta autoproclamación de la representatividad "auténtica" mostró el verdadero cariz de la reunión, y el tercer comensal, el que hasta ese momento se había limitado a escuchar, comprendió que estaba ante una nueva versión del clásico contubernio de los "salvadores de la patria", en este caso, de Sofigma. No podría mantenerse neutral por mucho más tiempo. En ausencia del Presidente, aquello solo podía calificarse de traición. Hacía tiempo que la Vicepresidencia, junto con algún miembro de la Sociedad, en franca minoría, había intentado controlar la organización de los Encuentros. La Presidencia quiso mantenerse lo más neutral posible, en una posición intermedia entre esta facción y la mayoría partidaria de decisiones asamblearias, que en los últimos tiempos, debía reconocer, se había impuesto. Ahora no había más margen de maniobra. Las circunstancias se habían vuelto contra la Secretaría, y en aquella triste casa de comidas, se encontró con una encerrona. No se dijo en voz alta, pero los silencios exigían la toma de postura. O la Secretaría colaboraba en dar la vuelta a la situación o...
Se expuso claramente el fin. Había que dar un golpe de timón que devolviera el control de la nave a los "legítimos" fundadores. Los Encuentros debían convocarse unilateralmente por la Cúpula Dirigente, que oídas las opiniones e intereses de los socios, decidiría los temas de forma inapelable y propondría, sin alternativas, los textos que ilustrarían el tema y el socio encargado de la ponencia inicial. Sin más discusiones. Quien le gustara bien, y al que no que "tomara las de Villadiego".
No había duda. El tercer hombre, el Secretario, el verdadero poder fáctico en esos momentos; con el control de los medios de comunicación dentro de la Sociedad y hacia el exterior; el cargo que desde el principio y hasta este día había tratado de satisfacer las demandas de la Presidencia, la Vicepresidencia y los socios, para dar cauce y viabilidad al proyecto societario, estaba obligado a encontrar una salida. Podía levantarse de la reunión y publicar el intento de rebelión, acusar a la Vicepresidencia de traición y, casi con toda seguridad, abriendo la caja de Pandora hallar el camino cierto a la disolución de Sofigma. La Presidencia sería incapaz de mantener la unidad y el orden entre los "asamblearios" si utilizaba a la Secretaría para expulsar al principal fundador de la Sociedad. La guerra civil habría sido el final de Sofigma. Por el contrario unirse al contubernio y tomar partido contra la Presidencia para contrarrestar el poder real de los asamblearios llevaba al mismo final: la ruptura.
¿Qué hacer? La decisión no era ya, una cuestión de lealtad personal, a la Vicepresidencia o a la Presidencia, sino de lealtad a Sofigma. ¿Podría evitarse el enfrentamiento? Solo había un camino. Debía tomar el poder absoluto, sin que unos y otros creyeran haber perdido el que creían tener. Actuar como si fuese la herramienta que se deja llevar, a las órdenes de "los de siempre", pero dirigiendo el barco a un nuevo puerto, sin contar con ellos.
Convenció a los presentes que actuaría como en una especie de golpe de estado, para procurar llevar a efecto las propuestas que había escuchado, en el próximo Encuentro. Se impondría texto para el tema de debate y ponente según sus deseos. Y sin más debates se continuaría con tal proceder en el futuro. La Presidencia podría someterse y mantener su cargo o ser relevada en caso contrario. Dio a entender que tomaba partido por el contubernio. Brazo ejecutor de la facción totalitaria frente a los "disgregadores" asamblearios. Parece que les convenció.
(continuará)
©Óscar Fernández

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